Hasta el 24 de marzo, pues, se podrán adquirir una serie de obras que este año se presentan como notables. Destaca la vuelta de Velázquez a este mundillo de compra ventas donde los cuadros cambian de manos con harta facilidad. El marchante neoyorkino Otto Naumann ofrece Retrato de un caballero, atribuido a Velázquez, por 14 millones de dólares. Negocio pleno ya que Naumann lo adquirió mediante la casa Alfred Bader Fine Arts de Milwakee, que se la compró a Bonhams de Londres por 3, 5 millones de dólares.
Hay, por otro lado, un Jacob Jordaens de tema mitológico, el encuentro entre Odisea y Nausicaa, una Crucifixión de Jan Brueghel el Viejo y un Jan Lievens. Esto en el apartado de los clásicos. Si nos vamos a los modernos: un Egon Schiele, Madre e hijo, un Jean Dubbufet, un Soutine, un Picasso, un Gerhard Richter, y, luego, los contemporáneos, Jeff Koons, y, colmo del fetichismo, un libro de visitas del restaurante neoyorkino Lüchow´s. La gracia consiste en que en él hay firmas de Fred Astaire, Humphrey Bogart, Jane Fonda, Groucho Marx, Matisse, Joan Miró, Richard Nixon…
Pero esta Feria no se compone solo de obras de arte, sino que las antigüedades forman parte de su prestigio en mayor medida aún si cabe. Un escritorio que perteneció a Murat, un reloj de autómatas de 1580, que suelen ser los más bellos, una esquirla de plomo de un cañón que casi mata accidentalmente al Zar Nicolás II y que el Gran Duque Nicolás hizo que la engastara Fabergé y luego se la regaló al mismísimo Zar, una estatuilla funeraria del faraón Taharqa, una cabeza de Hermes de la Atenas del siglo V antes de Cristo, una primera edición del Vesalius, la primera muestra anatómica del mundo, en fin, una suntuosa lista que semejaría las reliquias medievales de cualquier catedral gótica. El fervor de posesión es el mismo, salvo que en la Edad Media ese fervor era público y ahora pertenece a Creso.
Sin embargo el fetichismo inherente a la posesión no decae. Maastricht, en su edición anual del TEFAF, es el centro mundial de ese fetichismo convertido en dólares que entra y sale a espuertas, síntoma del verdadero fetichismo, el del dinero, que se esconde detrás de todo esto y del que el mercado del arte y las antigüedades son un reclamo de fetiche para compradores fetichistas que utilizan el fetiche del dinero para sus fines.
Este galimatías es un resumen a lo Groucho de lo que se dirime esta semana en la localidad holandesa, aderezado con el célebre informe económico. Informe del que conviene fiarse de sus cifras aportadas, pero no tanto de sus interpretaciones. Así, nuestro pintor Zhan Daqian, que después de haber sido el pintor más vendido en los últimos años, ha pasado a ser despreciado a favor de nuevo por Picasso, que era el artista más valorado en los últimos veinte años, cuando le quitó el cetro a Matisse, Una sombra de relajación ante este hecho parece desprenderse de los datos del informe, una relajación que viene de constatar que, de nuevo, son los artistas occidentales los que aportan tranquilidad. Los orientales eran motivo de inquietud porque, en el fondo, no los controlaban.
El problema de tales consideraciones es que, como en el fetichismo inherente a estas compras de caros relicarios, no se cae en la cuenta de que la mentalidad china es muy distinta a la occidental. Carece de su versatilidad y si bien intentan adaptarse a las modernas maneras de vender arte con incluso barriadas donde viven artistas, al modo de un Greenwich Village pekinés, lo cierto es que en cuestiones de fetichismo, que es lo que aquí valoramos porque es el espíritu que anima las subastas, el mundo oriental se rige bajo leyes más extáticas. No es que el mundo occidental no lo sufra también, ¿hay algo más extático que sea Picasso el autor más avalorado en los últimos veinte años?, pero tenemos la convicción de que, cuando sea necesario, Picasso se irá, como don Juan, a los infiernos, que en este caso será el erigir otro fetiche modelo. Pero por ahora todo vuelve a las andadas: Estados Unidos y Picasso. Otra vez, de nuevo. Consecuencias de la crisis.