El cine al aire libre se revitaliza mientras las salas sufren la crisis

El cine al aire libre se revitaliza mientras las salas sufren la crisis

Una sociedad de un futuro próximo alcanza sus mejores cotas de calidad de vida gracias a las explotación laboral de sus muertos vivientes. Pero uno de los encargados de practicar lobotomías a la población sobrante descubre que… Estamos en el Mecal, en el Festival Internacional de Cortometrajes y Animación de Barcelona, en la noche especial zombis, sesión Se te cae la cara a trozos. El público atesta la plaza Baluard del Poble Espanyol.

Parece que no hay sillas para todos. Tampoco parece importarle a nadie. Unos se apoyan en la barra mientras se toman un tinto de verano, otros se acomodan en unas piedras y desenvuelven su bocadillo. El ruido del papel metálico no parece crispar tanto el crujir de las palomitas en invierno. Algunos hasta se fuman un pitillo. Todos van muy relajados. Luego unos zombis celebran una fiesta de cumpleaños, a uno que tiene la boca hecha un poema le regalan una armónica. El respetable carcajea. Sí, el genero de los muertos vivientes trata de reinventarse antes de morir de éxito.

De repente, este verano, cuando todo parece precipitarse al desastre, cuando el cine se perfilaba más que nunca como un espectáculo monotemático en 3D en manos de los grandes estudios y distribuidores, las proyecciones bajo las estrellas se multiplicaron por toda España, a contracorriente, en las urbes más populosas y en las poblaciones de menos de cincuenta mil habitantes. Y el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida incorporó este año proyecciones al aire libre.

Y además se engalanaron. Porque los cines de verano están viviendo una transformación. Aquellas salas en las que se sucedían las peores películas del año, las producciones de serie B que se digerían a base de cerveza en envase de vidrio de litro ocultada al revisor a fin de mitigar esos eternos veranos de tres meses dieron paso este verano a cuidadas programaciones con comedias de autor, sesiones de cortometrajes independientes, largometrajes de dibujos animados de oriente medio con conciencia social.

Las sillas metálicas propias de terraza de bar dejan paso a las tumbonas en el patio del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona. Todo muy hipster, como se dice ahora. La programación de Gandules del CCCB se escogió previamente mediante votación popular. No se trata de la última estrategia del sector, no es una nueva política recientemente concertada. Es que el cine se revuelve, se enfrenta, se debate… Como un jabalí.

Taiwán fue el país invitado del festival Nits de Cinema Oriental de Vic. Y el Fescinal de Madrid combina los grandes estrenos de la temporada de Hollywood en formato digital con los grandes clásicos de la era dorada del celuloide en 35 mm y versión original. De hecho, uno puede pasar de una película a otra con unos pocos pasos. Además, tras las proyecciones de filmes españoles se celebran debates con actores y directores.

“Porque el cine, desde sus orígenes, siempre trató de explotar su acento en la experiencia colectiva y social que supone -explica el director de la Filmoteca de Catalunya, Esteve Riambau-. Ya a principios del siglo pasado, en Estados Unidos, se proyectaban películas en tranvías a fin de hacer de la experiencia algo todavía más especial. Y en Londres, no hace mucho, la gente se vistió de época y se puso a ver Titanic en unas barcas, en una piscina”.

“El cine compite de este modo con las revoluciones tecnológicas que ponen el énfasis en el carácter individual -continúa Riambau-. Las tabletas permiten ver una película cuando a uno le da la gana. Los autocines nacieron en los años cincuenta en los Estados Unidos a fin de competir con la generalización de la televisión en los hogares. Y el cine obliga a ceñirse a un horario, a coordinarse con otras personas. Y el verano es la época más propicia para que sea posible. Tenemos muchas menos obligaciones”.

Pocos lo esperaban. El pasado invierno fue tremendamente duro. La subida del IVA aceleró la particular crisis del sector. Durante el último año cerraron grandes salas en grandes ciudades. La gente se mira el monedero una y otra vez antes de sacar una moneda. Y los cines de provincias y sobre todo de pueblo se convirtieron en rarezas. Y ahora, por estas fechas, el autocine de Gijón está otra vez abierto. Y Badajoz está recuperando, con un inusitado éxito de público y colas larguísimas, las proyecciones veraniegas de la terraza López de Ayala. La gente pide más sesiones, más aforo, más películas…

El cine se revuelve este verano como un animal herido que se resiste a fenecer, se enfrenta desesperadamente a los iPad y todos los terminales móviles que facilitan el consumo individual y onanista del séptimo arte desde el retrete… Y lo hace reinventándose, debatiéndose con sus armas de toda la vida, jugando con esa dualidad de toda la vida de la gran pantalla, logrando que una experiencia íntima y personal sea al tiempo otra colectiva y social, algo que compartir con los demás. Los veranos, y sus eternas noches y sus amigos y novias, son la época ideal para ello. Uno va mucho más liberado.

“De hecho, no me extrañaría que los empresarios del sector comiencen este otoño a adaptar fórmulas mucho más veraniegas -plantea el crítico y estudioso cinematográfico Jordi Balló-. Las proyecciones estivales están demostrando que las producciones independientes y alternativas tienen más cabida de lo que muchos piensan entre el gran público”. En verano estamos más abiertos a las nuevas experiencias, prosigue Balló. Durante las vacaciones somos capaces hasta de comer insectos fritos en Tailandia.

“Y el cine de verano está jugando con eso. Ves que la gente llena patios para ver películas que meses atrás pasaban desapercibidas. En verano la gente es más proclive a experimentar. Y es que cuando parece que una tendencia va a devorar definitivamente a otra, cuando lo individual parecía que iba acabar de una vez por todas con lo colectivo, pues la gente va y demuestra que no quiere renunciar a sus viejos placeres… Es algo muy especial que tiene el cine. Uno nunca vería un programa de televisión de un modo colectivo, pero una película es algo muy diferente”. Frente a una pantalla grande, rodeado de sombras desconocidas, en la playa..

La Vanguardia